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Paz y Ciencia

viernes, 9 de noviembre de 2012

Amor como "Patología": el mundo al revés

LA CURIOSA IMAGINACIÓN DE LA PSIQUIATRÍA: ¿Enamoramiento como patología?
En 1991, el eminente profesor Pitiklinov publicó en el Txori-Herri Medical Journal un artículo que proponía la consideración como trastorno mental del enamoramiento y toda una serie de problemas asociados (trastorno amoroso orgánico, fobia amorosa, amor post-traumático, trastorno amoroso facticio, trastorno amoroso de la personalidad, etc). El artículo defendía su inclusión como una nueva categoría diagnóstica para el DSM-IV. No pudo ser, pero, como se verá, no descartamos que el amor entre, con todos los honores, en el DSM-V. En el ámbito de las dependencias, la sustitución del modelo químico por el conductual ha permitido definir como adicciones diversas (esto es, variadas e incluso de raíz diferente) a una amplia gama de comportamientos: la bulimia, la compra compulsiva, el uso excesivo de internet, las líneas 906, los chats... y ciertas conductas relacionadas con el amor. Como las más clásicas drogas, el amor tiene sus indicaciones y su posología, y más allá de las mismas se torna perjudicial, diríase que tóxico. A nadie le sienta mal en principio un vaso de vino (que dicen es cardioprotector), y hay ocasiones en que un intenso dolor hace necesaria y adecuada una dosis de morfina. Pero es pernicioso caer en el consumo desaforado de vino o morfina: se convierte entonces el sujeto en dependiente (o adicto). De igual manera, aunque el amor es un remedio universal para todo tipo de dolencias (All you need is love, decían los Beatles), existen personas que se hacen adictas a él, con lo que surgen los problemas. Tal parece desprenderse de la línea de investigación del dr Carlos Sirvent, profesor de la Facultad de Psicología de Oviedo y fundador del Instituto Spiral, que habló al respecto esta semana en un curso sobre Dependencias Afectivas organizado por el Instituto Deusto de Drogodependencias. En una entrevista publicada en El Correo, el dr Sirvent relacionó la adicción al amor con el concepto de dependencia emocional, a la que definía como una fijación patológica, afectiva, de una persona respecto de otra. La adicción al amor determinaría una fijación patológica a personas sucesivas. En palabras del citado investigador, la adicción al amor es algo permanente, una actitud que siempre va a facilitar la dependencia de otro. Así que un sujeto A adicto al amor, se convierte en dependiente de un sujeto B, luego de C, posteriormente de D, llegará a Z, y así sucesivamente hasta completar varias vueltas del abecedario. Los síntomas del trastorno son variados: en palabras del mismo autor en la citada fuente, un estado de dependencia similar al de cualquier otro adicto (un deseo irresistible de estar con el otro), un síndrome de abstinencia en ausencia de la otra persona, un estado de subordinación con respecto a la pareja, el pensamiento obsesivo sobre el otro, la sensación de sentirse atrapado en una relación y no ser capaz de salir de ella, la búsqueda de sensaciones especiales con otra persona pero de forma patológica, la incapacidad para soportar la soledad. Son buscadores de sensaciones pero ya no disfrutan con ellas. Están como desgastados. Pasa de alguna manera lo que con los drogadictos: llega un momento en que la droga ya no les satisface y sólo son conscientes de su dependencia. En otro trabajo el dr Sirvent explica que existen dependencias relacionales con entidad propia como las denominadas dependencias emocionales: adicción al amor, interdependencia, dependencia afectiva, etc, y otras secundarias a trastornos adictivos (sobre todo drogas y alcohol), como la codependencia y la bidependencia. Un filón potencialmente inagotable para definir nuevos trastornos. El diagnóstico diferencial ha de plantearse, entre otras entidades, con el enamoramiento. El dr Sirvent remarca que estar enamorado de por sí ya supone una pérdida de control; efectivamente: todos sabemos que el enamorado vive en otro mundo, llegando a veces a una ruptura con la realidad que a algunos teóricos podría parecer psicótica. Pero la diferencia es cuantitativa, al parecer: el adicto lo que quiere es perpetuar la fase de enamoramiento una y otra vez. No sabe salir de esa fase. Tiene un deseo de hacer crónica esa etapa de enamoramiento que normalmente dura en torno a un año. No soporta vivir con una persona si no está en esa especie de trance apasionado. Otro posible diagnóstico diferencial es la adicción al sexo, que en palabras del citado autor, se da cuando el sujeto se descompensa desde el punto de vista psicosocial. Una persona puede tener necesidad de muchas relaciones pero sin que su comportamiento sea disonante. Se habla de adictos al sexo cuando se da esa descompensación: gastan mucho dinero en prostitutas, su vida se ve interferida por el sexo, pasan muchas horas en Internet... Adicto al sexo es el adicto a uno de los componentes de la pasión. Lamentablemente, no queda claro en la entrevista el crucial aspecto de si la referencia a Internet tiene que ver con chats o con la comunicación con el ser amado (en cuyo caso hablaríamos de una conducta sintomática) o si es un uso descontrolado de la red más allá de esa comunicación (y hablaríamos entonces de una comorbilidad). Si me dejan, me decantaría por la segunda opción, que abre vastos campos a la investigación y el conocimiento: ¿qué características fenomenológicas, que simbología psicodinámica, comparten internet y el amor? ¿Cuáles son los rasgos de personalidad comunes a los adictos al amor y a la red? ¿Qué gen condiciona la susceptibilidad a ambos trastornos? ¿Qué tiene que decir al respecto la serotonina? Lo que podría avanzar la Ciencia... En cuanto al pronóstico, depende de la motivación y la conciencia de problema o enfermedad. Se recomienda un abordaje psicoterapéutico o socioterapéutico. Sorprende que nadie haya pensado en un ISRS, o gabapentina, o topiramato, o incluso olanzapina, a partir de cualquier razonamiento de neurociencia ficción (serotonina como neurotransmisor de la afectividad, “reguladores del humor” para el descontrol impulsivo). La intervención convencional que recomienda Sirvent es una terapia de grupo de año y medio de duración durante 90 minutos semanales. Es de esperar que no tenga como efectos secundarios que los pacientes establezcan entre sí o con los terapeutas lazos de codependencia emocional. Si algún lector se siente reflejado en la descripción del cuadro, puede acudir a dos páginas divulgativas interesantes: ¿Amor o adicción? y ¿Sufres de adicción al amor?. Incluso puede detenerse en el Autoexamen de la Adicción al Amor que, con todo respeto, evoca los tests de características de personalidad de los suplementos dominicales de los periódicos. La relación del amor, el para-amor y el desamor con la psicopatología es clásica y tiene sólidos fundamentos. La erotomanía, la celotipia, el trastorno límite de la personalidad, son ejemplos de entidades relacionadas las no siempre bien dirigidas flechas de Cupido. No niega uno que en determinadas personas haya un sufrimiento o una conducta problemática para terceros derivada de una pasión amorosa desenfocada, pero de ahí a crear, entidades hay un amplio trecho. Aunque el dr Sivent y el IDD aclaran que no debe confundirse el amor con las dependencias relacionales, se corre el riesgo de favorecer insensateces y abusos allá donde las diferencias entre la “salud” y la “enfermedad” o el “trastorno” o el “problema” sean cuantitativas y no cualitativas y allá donde se empleen con generosidad los términos psicopatológicos o nosológicos para nombrar cualquier problema. No se debe echar gasolina al fuego de una Psiquiatría omnicomprensiva. FUENTE: Psiquiatría Insólita http://www.ome-aen.org/2004_02_08_insoliteces.htm http://inarell.blogspot.com.es/2009/01/mis-62-pinturas.html

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