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Paz y Ciencia

jueves, 22 de noviembre de 2012

Reflexiones de Elisabeth Kübler-Ross

Es necesario que sepáis que si os acercáis al lecho de vuestro padre o madre moribundos, aunque estén en coma profundo, os oyen todo lo que decís, y en ningún caso es tarde decir "lo siento", "te amo", o alguna otra cosa que queráis decirles. Nunca es demasiado tarde para expresar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo momento podéis arreglar "asuntos pendientes", aunque esto se remonten a diez o veinte años atrás. Cuando se abandona, el cuerpo se encuentra en una existencia en la cual el tiempo ya no cuenta, o simplemente ya no hay tiempo, del mismo modo que tampoco podría hablarse de espacio y de distancia tal como lo entendemos, puesto que en ese caso se trata de nociones terrenales. Ningún ser humano puede morir solo, y no únicamente porque el muerto pueda visitar a cualquiera, sino también porque la gente que ha muerto antes que vosotros y a la que amasteis, os espera siempre. La muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Se han abandonado las formas físicas terrenales porque ya no se las necesita. Cada uno tiene el espacio celestial que se imagina, y para mí evidentemente el cielo es Suiza, con sus montañas y flores silvestres. Pude vivir esta transición como si estuviese en la cima de los Alpes, con su gran belleza, cuyas praderas tenían flores de tantos colores que hacían el efecto de una alfombra persa. Una luz brilla al final. Esa luz blanca, de una claridad absoluta, y a medida que os aproximáis a ella, os sentís llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que os podáis imaginar. Después, cuando se muere, ya no es posible volver al cuerpo terrestre, pero de cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esa luz, os dais cuenta por primera vez de lo que el hombre hubiera podido ser. Elisabeth Kübler-Ross: "Reflexiones". Ed. Luciérnaga.

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